sábado, 2 de febrero de 2008

Crisis Financiera Internacional (Sección Especial ): 1) Un salto en la crisis capitalista mundial, 2) Una crisis devastadora



Presentación
En el siguiente Suplemento Especial de En Clave Revolucionaria (N°7), presentamos dos textos fundamentales para comprender la fase por la que atraviesa la actual crisis capitalista mundial.
El primer texto, corresponde a la autoría de Juan Chingo, militante de la Fracción Trotskista, Cuarta Internacional (FT-CI); organización trotskista con la cual la LRS de Costa Rica mantiene relaciones fraternales. El segundo artículo corresponde a un trabajo del conocido intelectual Robert Brenner, aparecido en la revista “Against the Current” N° 132 de enero y febrero del presente año.
Tanto el artículo de Chingo como el de Brenner, coinciden en tratar de explicar las profundas raíces de la crisis. Chingo, explica primero las raíces, sus contradicciones explosivas, y sus consecuencias para el conjunto de las economías del mundo; señalando a la vez, las posibles repercusiones que esta crisis capitalista puede tener en la lucha de clases internacional.
En el caso de Brenner, este autor hace más hincapié en el grave problema del endeudamiento y las bases artificiales para el crecimiento de la economía norteamericana desde los años de 1990 y el 2001; refiriéndose también –al igual que lo hace Chingo- a la imposibilidad de las potencias mundiales para asegurarse una acumulación sustentable de capital (el problema central del capitalismo posiblemente).
Indiscutiblemente, la crisis capitalista mundial en curso ha entrado en una nueva etapa en las primeras semanas del nuevo año 2008. Esta nueva etapa pone al descubierto, y al rojo vivo, las explosivas contradicciones del capitalismo de nuestros días, que amenazan al conjunto de la economía mundial, a los trabajadores y a los pueblos pobres del mundo con muy serias consecuencias. Como dijera Marx hace más de 160 años recordando las crisis periódicas del capitalismo: “toda esta sociedad burguesa, moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar los poderes infernales que ha desencadenado con sus conjuros (…)”
[1] Los mismos especialistas a sueldo del capital no pueden controlar las fuerzas tan desastrosas que han generado a través de toda la anarquía económica capitalista.
La crisis actual, amenaza con ser la peor desde la Gran Depresión de los años 1930’s; y los pocos márgenes de maniobra de las potencias imperialistas, combinadas con la interconexión del comercio mundial, y la fusión de los sistemas bancarios y financieros vuelven potencialmente la crisis más destructiva.
Estados Unidos con la recesión que ya ha comenzado, se verá duramente impactado en su capacidad de consumo. Las economías a nivel internacional no pueden “desacoplarse” de la norteamericana, como pensaron muchos ingenuos economistas a sueldo del imperialismo; las semicolonias de América Latina y Asia se verán seriamente afectadas y las materias primas de exportación que generaron superávit, posiblemente se van a encarecer. No puede pensarse si quiera en un sustituto para el consumo protagonizado por los Estados Unidos, correspondiente a 9 billones de dólares anuales; frente a 1 billón para China y apenas 600 mil millones de dólares para la India. Por tanto las consecuencias pueden ser sumamente serias.
Pero lo mencionado hasta el momento son sólo algunos de los rasgos más sobresalientes de la actual crisis. Pues a todo lo anterior se suma el gran déficit de cuenta corriente estadounidense de U$ 700 mil millones, la depreciación del dólar y el aumento del precio del oro como una seña de preocupación en las altas esferas capitalistas por la inexistencia de estabilidad de las distintas monedas a nivel mundial, y del sistema monetario internacional de conjunto.
La actual crisis capitalista internacional, rompe con la imagen de un capitalismo estable y libre de crisis y contradicciones; tal y como lo intentaron promocionar aquellos que predicaron el “triunfo del capitalismo” a inicios de la década pasada. Todo lo cual, actualiza con colores vivos la definición de Lenin de la fase histórica que atravesamos como una época de “crisis, guerras y revoluciones”, en donde el imperialismo entra en una dinámica de choque entre sus potencialidades productivas, y el sistema de relaciones sociales existente.
En medio de los vientos que anuncian nuevas turbulencias a nivel internacional, no debemos olvidar que “la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte [una capacidad productiva capaz de solucionar el problema del hambre en todo el planeta por ejemplo]; [sino que] ha producido también los hombres que empuñarán esas armas; los obreros modernos, los proletarios.”
[2]No debemos olvidar que en el último ciclo de crecimiento económico, las filas obreras crecieron en cifras realmente pesadas; principalmente debido al ritmo de crecimiento impreso por la interacción China- Estados Unidos. Es precisamente a estos trabajadores, a quienes les corresponde la misión de salvar a la humanidad del asesinato en manos del propio capitalismo.
Sólo una clase social revolucionaria y sus más grandes batallones (China, el Sureste asiático y los países imperialistas como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, etc), puede acabar con un sistema parasitario; y construir una economía planificada a nivel mundial, puesta al servicio de la satisfacción de las necesidades de todos los seres humanos, y no precisamente puesta al servicio de la acumulación de capitales y la obtención de ganancias. Solo una clase progresiva puede acabar con un sistema de explotación mundial contradictorio, dañino y explosivo que para preservarse, vive apoyado en el endeudamiento, en la especulación, la desigualdad, y la miseria creciente de las masas trabajadoras.
Marx decía que la burguesía vence las crisis “Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
[3] Desafortunadamente Marx no vio el impacto de la gran crisis de sobreproducción y el enfrentamiento por la posesión de colonias que llevó a la Primera Guerra Mundial, desafortunadamente Marx no vio el fuerte impacto que la Depresión de los años 1930´s infringió sobre Europa y América; y tampoco vio la Segunda Guerra Mundial, que fue la forma que utilizaron los imperialistas para descargar su crisis sobre la clase trabajadora y los pobres a nivel de todo el planeta; pero en cambio su pronóstico fue enteramente acertado, la primera y la segunda guerra fueron producto de la sobreproducción; del achicamiento de los mercados, de la lucha por centros para el abastecimiento de materias primas, etc. La burguesía prepara cada vez más terribles catástrofes, disminuyendo los medios para prevenirlas. No es compatible un sistema económico apoyado en la “miseria creciente” de las masas por un lado, y medios técnicos y tecnológicos altísimamente desarrollados que sólo benefician a unas 500 familias, famosas por aparecer cada año en la Revista Forbes y por vivir privilegiadamente parasitando el trabajo de millones de seres humanos.


Un salto en la crisis capitalista mundial


Por Juan Chingo, desde París

La baja de 75 puntos básicos de las tasas de interés por la Reserva Federal en Estados Unidos (Fed) el martes 22, movimiento que no hacía desde 1984 y que fue realizado sin esperar a su reunión ordinaria a fin de mes, lejos de una maniobra magistral de su actual presidente, Ben Bernanke, es una muestra de la desesperación que cunde en los altos círculos capitalistas y de las finanzas por la creciente crisis económica y así fue interpretado por los “mercados” que continuaron a la baja. Este martes negro, siguió a la fuerte caída de las bolsas del mundo del lunes 21, con la debacle más importante de las acciones europeas desde el atentado a las Torres Gemelas en 2001. Estas caídas accionarias junto a las pérdidas records de bancos de primera línea como el Citigroup o Merrill Lynch están señalando la entrada en una nueva etapa de la crisis.

Una nueva etapa de la crisis.
¿Qué señalan estos acontecimientos bursátiles y financieros? Primero, que la recesión norteamericana es inevitable y ya ha comenzado, y que será mucho más severa que las suaves recesiones de ocho meses de duración de1990-91 y 2001.
Segundo, que el resto del mundo no se desacoplará de la economía de EE.UU.; por el contrario la fuerte recesión norteamericana implicará una aguda desaceleración del crecimiento global en 2008.
Tercero, que una dura recesión en EE.UU. tendrá pesadas consecuencias sobre las ganancias de las empresas. Cuarto, que la agresiva política de bajas de las tasas de interés de la Reserva Federal no evitará esta fuerte recesión y que los operadores tendrán que acostumbrarse a masivas pérdidas financieras como ha sido el caso de los grandes bancos de Wall Street, Citigroup y Merry Lynch, la semana pasada.
En otras palabras, que cuando EE.UU. estornuda, el resto del mundo se resfría, sólo que en este caso Norteamérica está sufriendo una fuerte pulmonía. El comienzo de 2008 señala la entrada en una nueva etapa de la crisis capitalista mundial.

Las bases estructurales de la crisis.
En el reciente número de Estrategia Internacional decimos que “Una característica saliente del capitalismo contemporáneo es la recuperación de la tasa de ganancia desde comienzo de los ’80 y, más decididamente desde los ’90 en adelante; pero este proceso no va acompañado por un aumento de la acumulación capitalista durable y generalizada”. A la vez, sostenemos que esta tendencia inédita del capitalismo “se da la mano con una tendencia a la sobre-acumulación en los escasos nichos de valorización productiva que encuentra el capital a nivel internacional”, que en el último periodo han sido las economías del sudeste asiático y en particular China, la región más importante de la economía mundial en términos de masa de plusvalía para la reproducción capitalista a nivel global. Este país como paradigma de la nueva división de trabajo internacional, se benefició muchísimo más que otros, por su vasta disponibilidad de mano de obra barata, de la tendencia de las economías y multinacionales de los países imperialistas a bajar los costos para recuperar la rentabilidad después de la crisis de los ’70, tendencia que se profundizó como salida a la sobre-inversión de los ’90 en EE.UU. y la crisis recesiva que la acompañó.
El resultado de esta configuración del capitalismo contemporáneo -y a la vez la fuente de sus desequilibrios- es “una eficiencia en recuperar la ganancia, estrechez del mercado mundial y feroz competencia capitalista”. En otras palabras, el “proceso de reestructuración y relocalización capitalista de las últimas décadas” viene siendo contrarrestado por una tendencia opuesta, “la estrechez del mercado mundial que no permite valorizar y realizar los niveles de tasa de ganancia alcanzados de manera sustentable”. Como sintetizamos en la misma revista, “podríamos definir a los últimos años como un período floreciente desde el punto de vista de la capacidad del sistema para rentabilizar el capital. Sin embargo, la plusvalía así obtenida tiene cada vez más dificultades para encontrar espacios de acumulación convenientes.
Esto es reflejo a su vez de una contradicción agudizada entre producción y consumo, que está recreando en las últimas dos décadas las condiciones de una crisis de realización. Al estancarse los ingresos de los asalariados declina el poder de compra y el ritmo de fabricación se desconecta de la capacidad de absorción de los mercados
”.
La actual crisis norteamericana grafica en forma patente estas agudas contradicciones del capitalismo contemporáneo. EE.UU. ha sido la principal fuente de los desequilibrios globales de los últimos años: el masivo déficit de cuenta corriente absorbe alrededor del 75% de los ahorros excedentes mundiales, o la plusvalía no acumulada a nivel mundial. Esto es expresión a su vez de las debilidades de las fuentes autóctonas de acumulación de capital: la tasa neta de ahorro ha promediado un mero 1,4% en los últimos cinco años, lo que implica que EE.UU. debe importar los ahorros excedentes del extranjero para seguir creciendo, es decir debe atraer al capital externo. De ahí el origen del altísimo déficit de cuenta corriente y los déficits comerciales. La caída de las inversiones, expresión de la debilidad de la acumulación capitalista y la reducción en el ingreso de los asalariados aplicada por las corporaciones para restaurar las ganancias, implica la necesidad de impulsar la demanda con una creciente emisión de deuda, dando origen a una economía que algunos autores denominan “activo dependiente”. En este marco puede apreciarse el rol para la economía de conjunto de la llamada burbuja inmobiliaria que vino desarrollándose desde 1997. Según cálculos serios, en la última década, y a pesar del boom bursátil, la plusganancia obtenida por la venta y reventa de viviendas particulares ha sido la principal fuente (60%) de enriquecimiento patrimonial de los hogares
[4]. Pero con una burbuja siguiendo a la otra y con un mercado de crédito barato, los desequilibrios norteamericanos crecieron en proporciones descomunales. A pesar de la débil generación de ingresos, el consumo privado creció a un récord de 72% del Producto Bruto Interno (PBI) en 2007. La deuda de los hogares alcanzó un récord de 133% del ingreso disponible y las mediciones de los ahorros personales en función de los ingresos entraron en terreno negativo en 2007. Estas tendencias, que están tras la crisis actual, se volvieron insostenibles y comenzaron a estallar a mediados de 2007.

Características particulares de la crisis norteamericana de 2008.
Lo que hace particularmente aguda la crisis norteamericana actual, es que combina una tendencia a la recesión con una fuerte crisis en el corazón del sistema financiero, los pesos pesados de Wall Street. En este sentido, la recesión norteamericana de 2008 puede ser similar en calidad -a pesar de que no necesariamente en duración y profundidad- a la contracción japonesa de principios de los ‘90 y que perduró toda una década, o a la contracción alemana de comienzos de la actual década, más que a la recesión norteamericana de 2001.
Esta última fue inusualmente corta ayudada por una importante baja de las tasas de interés y un masivo estímulo fiscal que se expresó en el pasaje abrupto de un importante superávit presupuestario a un fuerte déficit. Por el contrario, las crisis japonesa y alemana tuvieron años de bajas tasas de interés antes de que la economía real mejorara.
En 2001, el principal mecanismo de transmisión de la caída de las tasas fue el crédito inmobiliario, que sostuvo de esta manera la economía, evitando que la sobre-acumulación en el sector tecnológico se transformara en una recesión aguda o incluso en una depresión. Además, este impulso monetario llegó en un momento en el que el mercado inmobiliario ya estaba en ascenso, dando lugar a un boom descomunal, llamado “burbuja inmobiliaria”. Las perspectivas inflacionarias eran bajas, por lo cual era un buen momento para tomar nueva deuda como fue el caso en EE.UU. en los pasados años.
La actual recesión no puede ser más diferente. Los precios de la vivienda están cayendo y podrían caer aún más hasta alcanzar un nivel sostenible con la demanda solvente. La tasa de inflación (4,1%) es la más alta de las últimas décadas. No hay forma de que la Reserva Federal cree un nuevo boom inmobiliario aun si quisiera. Mucho menos de contraer nuevas deudas. En este marco, la caída de los precios de la vivienda tiene una dinámica propia que no es fácil romper. Más aguda aún es la desvalorización del precio de los activos y la huida de la deuda del conjunto de los agentes económicos que puede desencadenar una “sequía crediticia” y un círculo vicioso deflacionario.

Posibles escenarios para EE.UU.: el peligro de una espiral deflacionaria y la interrupción del crédito.
La crisis financiera implica una contracción del crédito, un proceso que parece muy difícil que la Fed pueda detener, aunque esto no significa necesariamente que sea totalmente incapaz de hacerlo. Su presidente, B. Bernanke, es un experto en la Gran Depresión y sabe perfectamente los peligros de dejar que el proceso de contracción crediticia se alimente a sí mismo. Él y sus colegas harán todo lo posible para evitar que se desarrolle un círculo vicioso. Las inyecciones abiertas y encubiertas de liquidez a los grandes bancos como el Citi o a las grandes firmas hipotecarias de los pasados meses, intentan impedir que el mercado de capitales (donde se negocian los bonos o títulos, tanto públicos como privados) se declare en bancarrota. Tal vez la Fed haga uso de medidas extraordinarias para mantener la confianza en un nivel razonable. Es que la confianza entre los grandes bancos (las tendencias a la “ guerra fría” como las llamó el semanario The Economist) y la voluntad de otorgar créditos es lo que realmente está en juego. La cuestión, en última instancia, es que la brutal extensión del crédito fue más allá de niveles sostenibles. La magnitud de las pérdidas calculadas desde el inicio de la crisis hace insostenible la continuación de cualquier esquema de postergación del default. Pero, ¿en qué proporción? Esta es la gran pregunta. Un crack financiero es una posibilidad real. Algunos analistas calculan su probabilidad en un 30%. Aunque ésta es peligrosamente alta, no significa que no pueda ser prevenido. La Fed intentará evitar esta calamidad ingeniando una recesión cuyo peso caerá principalmente en los asalariados de medianos y bajos ingresos. Pero desde el punto de vista capitalista, la alternativa es mucho peor: una deflación a la japonesa debido a la negativa de computar las pérdidas en el valor de los activos inflados. Es evidente que la crisis financiera ya se ha extendido más allá del colapso de las garantías del mercado hipotecario, como demuestran las previsiones de pérdidas de los grandes bancos en el crédito de consumo de tamaño similar al mercado subprime. Otros segmentos de mayor magnitud como los CDS
[5] “tienen el potencial de causar un serio contagio financiero. La crisis subprime estuvo bastante cerca de desestabilizar el sistema financiero global. Una crisis de los CDS, en un escenario pesimita, puede producir un descalabro del sistema financiero global”[6]. Según este análisis la clave no es si EE.UU. puede evitar una fuerte contracción, sino cuál será la duración de esta. El escenario más optimista sería el de una desaceleración corta y poco profunda. Uno intermedio sería una recesión aguda pero breve. Por último, un escenario verdaderamente horrible sería una recesión prolongada, como las experimentadas por EE.UU. en el pasado, por ejemplo desde noviembre de 1973 a marzo de 1975, aunque en aquel momento todavía no había un mercado de CDS, lo que en la actualidad agrava el panorama.
Como vemos, la crisis financiera ya está afectando los cimientos del capital bancario. En los próximos meses evitar que éste entre en un círculo vicioso en el cual las ajustadas condiciones de liquidez, los bajos valores de las acciones, recursos de capital debilitados, una reducida oferta de créditos y una demanda lenta se alimenten la una a la otra, será la gran prueba que tendrá que soportar el sistema financiero mundial.

Consecuencias para la economía mundial.
El año pasado la mayoría de los economistas y políticos sostenían que la economía mundial podría desacoplarse de la desaceleración de la economía norteamericana. Pero frente al “aterrizaje forzoso” que está experimentando, este debate se ha acabado. Es que si EE.UU. se encamina inevitablemente hacia una recesión, entonces el resto del mundo no puede desacoplarse, sino que va a sufrir una seria desaceleración. El consumo norteamericano representa casi 9 billones de dólares, el chino sólo un billón y el de la India sólo 600.000 millones de dólares. A su vez los consumidores de Europa y Japón están disconformes frente a la disminución de su poder adquisitivo y la creciente inseguridad laboral que los ha llevado a ahorrar más que a consumir. Por lo tanto no hay nadie en condiciones de reemplazar a EE.UU. como comprador en última instancia. En este marco, la mayor integración de la economía capitalista mundial implica una mayor difusión de sus crisis. Como decimos en Estrategia Internacional, “la internacionalización del capital productivo ha convertido a casi todo el planeta en su coto de valorización y ha sido uno de los elementos esenciales que han permitido la recuperación de la tasa de ganancia. Sin embargo, a la vez también ha implicado que los mecanismos de propagación y contagio de las crisis se hayan acelerado”.
Estos van desde los canales comerciales, financieros, monetarios, de inversión u otros que transmiten los shocks económicos o financieros desde EE.UU. a las otras economías alrededor del mundo. Así en el plano financiero, la crisis del mercado subprime ha llevado a una amplia y muy severa crisis de liquidez y crediticia en Europa, Australia y otras partes del mundo, mediante la compra por inversores de estos países de “securitized instruments” norteamericanos. Otro mecanismo de contagio financiero sigue siendo la dependencia de las bolsas del mundo de los resultados de Wall Street como se ha podido apreciar en forma elocuente en estos días.
Desde el punto de vista comercial, una recesión en Estados Unidos y la consecuente caída en el consumo y en la inversión de las empresas llevará a una reducción de las importaciones. Dado que EE.UU. tiene un déficit comercial anual de 700.000 millones de dólares, el efecto de su desaceleración es probable que sea más grande que su peso en la economía global (el PBI de EE.UU. representa un 25% del PBI mundial). Esto tendrá un impacto fuertemente contractivo para una serie de países altamente dependientes de las exportaciones hacia EE.UU., como Canadá y México pero también China, Japón, Corea y una parte significativa del resto de Asia (Singapur, Hong Kong, Malasia, Filipinas y Tailandia). China es particularmente vulnerable a una recesión norteamericana debido a que gran parte de su crecimiento reciente se apoya en las exportaciones, aunque en el último tiempo la Unión Europea (UE) ha superado a EE.UU. como su principal mercado. Si los eslabones del último ciclo de crecimiento mundial uno por el lado de la demanda (EE.UU.) y el otro por el lado de la oferta (China) caen, la demanda China de bienes intermedios del resto de Asia también caerá y con esto el dinamismo de estas economías. Es mentira que la mayor interrelación del comercio ínter-asiático hace a esta región menos dependiente de EE.UU. La realidad es que el surgimiento de China como “taller del mundo” ha transformado a muchos de estos países en productores de insumos –como los chips de computadoras- que exportan a China y ésta los ensambla y luego los exporta a EE.UU. o Europa, por ejemplo bienes de consumo electrónicos. De la misma manera la detención de los dos motores de la economía mundial en los últimos años afecta a la demanda de commodities -petróleo, energía, alimentos, minerales- y el precio de tales materias primas que ha aumentado fuertemente en los últimos años debido al crecimiento de China y en cierta medida la India y otras economías. Esto va a golpear especialmente a los países semicoloniales de Asia, América Latina y África. Por ejemplo, el cobre chileno, dependiente en forma directa del mercado norteamericano y en forma indirecta del mercado chino, puede caer en picada.
Por su parte, en el terreno monetario la devaluación del dólar, que busca mejorar la competitividad de las corporaciones norteamericanas, es una mala noticia para todos los países que exportan a EE.UU. que ven encarecer sus productos en los mercados norteamericanos. Esto afecta particularmente a la UE debido a la fuerte revaluación del euro y la consecuente pérdida de competitividad de muchas de sus empresas.
En otro plano, el desinfle de la burbuja inmobiliaria en EE.UU. ha sido la señal de alarma que ha desatado el comienzo del hundimiento de otras similares en especial en el Reino Unido, España e Irlanda.

Una dislocación emergente del sistema monetario internacional.
La agresiva baja de las tasas de interés en EE.UU., con el consiguiente peligro en lo inmediato de un aumento de la inflación, ha creado el riesgo de una precipitada caída del dólar. Sin embargo, lo sorprendente es que, aunque otras monedas como el euro o el yen se han apreciado, ninguna de ellas se ha convertido en moneda de reemplazo del dólar sino que es el oro, que se acerca a los 1.000 dólares la onza, cuando la crisis recién comienza, el que según el Financial Times, se ha convertido en “la nueva moneda global”. Esto no significa una vuelta al estricto patrón oro que rigió el sistema monetario internacional entre 1870 y 1913 o el patrón cambio oro
[7] que lo sucedió desde la Segunda Guerra Mundial hasta 1971 cuando fue abolido por el presidente norteamericano Nixon. Más bien representa una emergente dislocación del sistema monetario internacional en donde el oro actúa como refugio universal del valor, frente a la desvalorización de todos los demás activos monetarios o financieros. Pero como decía Keynes, el oro es una “reliquia bárbara”... más aún en la época de las transacciones electrónicas. Su ascenso es sinónimo del nerviosismo y de la desconfianza que impera en los altos círculos capitalistas.
El dólar no es la única moneda en problemas. Martin Wolf, principal economista del Financial Times, asegura que la libra seguirá el camino del billete norteamericano. La combinación de fuertes déficits de cuenta corriente, el enorme endeudamiento interno y el fin de la burbuja inmobiliaria están acabando con el espejismo de prosperidad de los últimos 15 años, mientras la City de Londres intenta por todos los medios recuperar el prestigio dañado después de que la crisis golpeara a Northern Rock, constituyendo la primer corrida bancaria en un país imperialista desde la Gran Depresión. Esta devaluación de la libra agrava los problemas del euro generados por la desvalorización del dólar y la creciente entrada de mercancías baratas de China. No olvidemos que Gran Bretaña es el principal socio comercial de la UE.
Por su parte el yen se viene apreciando fuertemente, lo que amenaza con desatar una nueva oleada recesiva y deflacionaria en Japón. Es que durante estos años la existencia de bajas tasas de interés en este país, permitía a toda sociedad financiera instalada en Tokio, sea japonesa o filial de una entidad extranjera, aprovechar la diferencia de remuneración del dinero en otras plazas por comprar activos financieros a precios regalados. Este mecanismo llamado carry trade, junto con la acumulación de reservas de los excedentes comerciales de los nuevos países industrializados de Asia, en particular China, así como de los beneficiarios de rentas energéticas como el petróleo o el gas, fueron las principales fuentes del crecimiento incontrolado de la masa de divisas o de escrituras que se usan como “moneda”, que es lo que está detrás de la pérdida de control de los bancos centrales sobre las variables, como por ejemplo la cantidad de moneda en circulación, que antes podían controlar. Esto se ha podido desarrollar por la falta de coordinación internacional entre las principales potencias imperialistas para regular estos flujos, debido a los distintos intereses de éstas, en particular de EE.UU., interesado en no poner la menor traba a este dinero con el que se financian sus déficits y es la savia que alimenta su hipertrofiado sistema financiero. Frente a las perspectivas negras que se ciernen sobre la economía mundial, esta falta de coordinación se hará más aguda y puede ser la piedra de toque de crecientes roces monetarios, ya sean devaluaciones competitivas en caso de que la crisis se agrave o de crecientes medidas proteccionistas.
La actual crisis será una prueba para la llamada “zona del euro”, que carece de un gobierno unificado, porque puede impactar fuertemente en la UE, sacando a relucir las importantes fallas que la atraviesan, esto es: las crecientes dificultades para mantener bajo una misma manta a los países nórdicos, en especial Alemania, cuyo eje es el peligro inflacionario y la solidez de su moneda, y los países del sur de Europa, en particular España e Italia, y en cierta medida Francia, con fuertes problemas de competitividad, de déficits comerciales, de galopante endeudamiento privado o público que exigen una política menos estricta que la que actualmente comanda el Banco Central Europeo. Aunque no está en los planes de nadie, la crisis puede terminar con el principal logro de la UE: su moneda única.

El interrogante chino.
A mediano plazo, la cuestión de si la presente crisis desencadenará una crisis mundial, del tipo de la del ‘29, depende de Asia, en particular de China.
Esta región, la principal zona de acumulación del sistema capitalista mundial como ya dijimos, viene desarrollando una sobre-acumulación de capital y una consecuente sobreproducción de mercancías que excede largamente las capacidades de absorción del mercado mundial. Hasta ahora el súper-endeudado consumidor norteamericano actuó como comprador en última instancia de esta sobreproducción, a costa de agravar los desequilibrios de la economía mundial.
Este “equilibrio dentro del desequilibrio” se ha roto. ¿Podrá la demanda interna china reemplazar esta válvula de salida a sus sobrecapacidades productivas, como esperan los capitalistas occidentales? Difícil que este reordenamiento interno se produzca debido a que la orientación exportadora china es un resultado de la relocalización de la actividad productiva de los principales grupos multinacionales de EE.UU., Europa y Japón y toda modificación de este curso significaría alterar gravemente sus intereses económicos. Tampoco es probable que la gran mayoría de los consumidores chinos que no cuentan como en el pasado con las conquistas sociales en educación, jubilación, y vivienda (“iron rice bowl
[8]) y que por lo tanto ahora deben pagar por ellas, se arriesguen a dejar de ahorrar y volcarse al consumismo desenfrenado actuando de esa manera como reemplazo del consumidor norteamericano. Por el contrario lo más probable es que la crisis norteamericana, con su consecuente desaceleración del comercio internacional, golpee fuertemente a China exacerbando sus crecientes contradicciones económicas, políticas y sociales y su fuerte desigualdad social y regional. Esto podría agudizar la ascendente lucha de clases tanto en el campo como en la ciudad poniendo en cuestionamiento el actual curso restauracionista de la burocracia de Pekín. La gran fiesta de los Juegos Olímpicos en 2008 que iba a convertirse en la gran prueba de la entrada de China al escenario internacional puede de repente amargarse. Una agudización simultánea de la crisis china y norteamericana sería un escenario de pesadilla para la economía mundial.

Prepararse para la catástrofe que se avecina.
Los países capitalistas avanzados, en especial EE.UU. y en cierta medida la UE, que han descargado sus propias dificultades sobre sus competidores como fue el caso de Japón a fines de los ‘80, o sobre la periferia como demuestra la crisis de la deuda latinoamericana en 1982 o las sucesivas crisis de los países llamados emergentes, no han experimentado en los últimos años duras recesiones, menos aún depresiones. La actual crisis, que tiene su epicentro en EE.UU. y que puede propagarse rápidamente a algunos países europeos como Italia o España en los que se cierne como perspectiva el crecimiento de la desocupación y una sostenida baja de los salarios después de décadas de crecimiento basadas en el “ladrillo” en el primero o la fuerte pérdida de competitividad en el segundo, acabará con ese estado de cosas. Ya la prensa patronal le exige a Zapatero que sea como Sarkozy, mientras que a éste, a pesar de sus avances parciales, le pide más coherencia en el ataque a las conquistas obreras. En la periferia también significará un cimbronazo para aquellos países que sufrieron duras crisis en la década pasada o al comienzo de ésta y que creyeron salvarse de las contradicciones capitalistas con el boom de las materias primas como es el caso de Argentina, Venezuela, México ó el mismo Brasil o la potencia reemergente de Rusia. Como dijimos, China, que se salvó de la crisis asiática de 1997-98 y que desde ese momento empezó su despegue imparable, también será puesta en una dura prueba. En este marco los trabajadores y los pueblos del mundo deberán prepararse para hacer frente a catástrofes mayores, como millones de desalojos, crecimiento del desempleo y desocupación en masa, pérdida de los ahorros de sectores de las clases medias, disminución aún mayor del poder adquisitivo del salario y la incapacidad de dar cuenta de las necesidades básicas, ni qué hablar del acceso a la educación, la salud y la cultura, derrumbe de las economías nacionales más débiles, etc.
El último periodo de crecimiento, el más fuerte desde los ‘70, permitió una recomposición objetiva y limitadamente subjetiva de la clase obrera mundial, con la incorporación de millones de nuevos trabajadores que vienen tensando sus músculos. Este fenómeno abarca desde países capitalistas más avanzados como Francia, Italia y últimamente Alemania, América Latina, el continente a la vanguardia de la lucha de clases mundial, hasta la recuperación de la clase obrera polaca y rusa en Europa del este y la ex URSS, los trabajadores sudafricanos o por último la emergente clase obrera china, que para algunos observadores ya se está convirtiendo o amenaza con convertirse en un epicentro de la lucha de clases. La crisis mundial pondrá a prueba a estos nuevos batallones de la clase obrera, obligándola a avanzar al calor de los golpes cada vez más rudos que le prepara el capital. A la maduración revolucionaria del único sujeto que puede terminar con las crisis capitalistas y sus secuelas de catástrofes, miserias y guerras apostamos los revolucionarios en el próximo periodo.


Una crisis devastadora

Robert Brenner,
Against the Current Nº 132, enero-febrero 2008

La actual crisis puede transformarse en la más devastadora desde la Gran Depresión. Manifiesta problemas profundos no resueltos en la economía real que han sido literalmente disimulados durante décadas por medio del endeudamiento, así como una escasez financiera en el corto plazo de una profundidad nunca vista desde la segunda guerra mundial. La combinación de la debilidad de la acumulación de capital subyacente y la fundición del sistema bancario es lo que hace la caída tan intratable para los gobernantes y tan seria su potencialidad desastrosa. La plaga de hipotecas ejecutadas y hogares abandonados -frecuentemente ocupados y despojados de todo, incluyendo los cables de cobre- acecha Detroit en particular, y otras ciudades del medio oeste.
El desastre humano que esto representa para cientos de miles de familias y sus comunidades sólo puede ser la primera señal de lo que significa una crisis capitalista. El alza histórica de los mercados financieros en los años 1980s, 90s, y 2000s -con su transferencia de ingreso y riqueza al uno por ciento más rico de la población- distrajo la atención del debilitamiento de largo plazo de las economías capitalistas avanzadas. El desempeño económico en los Estados Unidos, Europa occidental y Japón, según virtualmente todos los indicadores estadísticos -crecimiento de la producción, inversión, empleo y salarios- se han deteriorado, década tras década, ciclo económico tras ciclo económico, desde 1973.
Los años desde el comienzo del presente ciclo, que se originó a comienzos de 2001, han sido los peores de todos. El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) en los Estados Unidos ha sido el más lento para cualquier intervalo comparable desde fines de los 40s., mientras que el aumento de nuevas plantas y equipamiento y la creación de empleos han estado un tercio y dos tercios respectivamente por debajo del promedio de posguerra. Los salarios horario reales para la producción y trabajadores no supervisores, alrededor del 80% de la fuerza de trabajo, estuvieron prácticamente planchados, languideciendo alrededor de su nivel de 1979.
La expansión económica tampoco ha sido suficientemente fuerte en Europa occidental o Japón. La caída del dinamismo económico del mundo capitalista avanzado está arraigada en un descenso muy importante de la rentabilidad, causado en primer lugar por una tendencia crónica a la sobrecapacidad en el sector manufacturero mundial, que data de fines de los años 1960 y principios de los 70. Hacia el año 2000, en Estados Unidos, Japón y Alemania, la tasa de ganancia en la economía privada tuvo una recuperación, pero en el ciclo de los '90 no subió más que en el de los '70.
Con la reducción de la rentabilidad, las firmas tuvieron menores ganancias para agregar a sus plantas y equipamientos y menores incentivos para expandirse. La continua reducción de la rentabilidad desde los años 1970 llevó a una caída sostenida en la inversión, como proporción del PBI, en las economías capitalistas avanzadas, así como reducciones graduales en el crecimiento de la producción, medios de producción y empleo.
La prolongada declinación en la acumulación de capital, así como la contención de los salarios por parte de las corporaciones para restaurar sus tasas de retorno, junto con los recortes del gobierno en el gasto social para reforzar las ganancias, han llevado a una caída en el crecimiento de las inversiones, el consumo y la demanda del gobierno, y por lo tanto en el crecimiento de la demanda de conjunto. La debilidad de la demanda agregada, consecuencia en última instancia de la reducción de la rentabilidad, ha constituido la principal barrera al crecimiento en las economías capitalistas avanzadas.
Para contrarrestar la persistente debilidad de la demanda agregada, los gobiernos, encabezados por el de Estados Unidos, no han tenido más alternativa que emitir volúmenes cada vez mayores de deuda, a través de canales cada vez más variados y barrocos, para mantener funcionando la economía. Inicialmente, durante los 70 y 80s, los estados se vieron obligados a incurrir en déficits públicos cada vez mayores para sostener el crecimiento. Pero si bien esto mantuvo la economía relativamente estable, esos déficits también la llevaron al estancamiento: en la jerga de esa época, los gobiernos progresivamente recibían menos, era menor el crecimiento del PBI por cada aumento del endeudamiento.

Del recorte de presupuesto a la burbuja económica.
A principios de los años 1990’s, en Estados Unidos y Europa, dirigidos por Bill Clinton, Robert Rubin y Alan Greenspan, los gobiernos que habían girado a la derecha y se guiaban por el pensamiento neoliberal (privatización y destrucción de los programas sociales) buscaron superar el estancamiento tratando de equilibrar los presupuestos. Pero aunque esto no parecía grande en la contabilidad del período, este cambio dramático tuvo un efecto retroactivo radical.
Como la rentabilidad todavía no se había recuperado, las reducciones de déficit causadas por la equilibración del presupuesto significaron un gran golpe a la demanda agregada, con el resultado de que durante la primera mitad de la década de 1990, Europa y Japón experimentaron recesiones devastadoras, las peores del período de la posguerra, y la economía de Estados Unidos se vio obligada a recurrir a formas de estímulo más poderosas y riesgosas para contrarrestar la tendencia al estancamiento. En particular, reemplazó el déficit público del keynesianismo tradicional con el déficit privado y la inflación de los activos de lo que podía llamarse el keynesianismo del precio de los activos, simplemente burbuja económica.
En el gran ascenso del mercado de valores de la década de 1990, las corporaciones y los hogares ricos vieron expandirse masivamente su riqueza en dinero. Por lo tanto pudieron embarcarse en un aumento récord de endeudamiento y, sobre esta base, sostener una poderosa expansión de la inversión y el consumo. El así llamado boom de la "nueva economía" fue la expresión directa de la burbuja histórica del precio de las acciones de los años 1995-2000. Pero como los precios de las acciones subieron a pesar de la caída de la tasa de ganancia y como las nuevas inversiones exacerbaron la sobrecapacidad industrial, eso rápidamente aseguró la caída de la bolsa y la recesión de 2000-2001, deprimiendo la rentabilidad en el sector no financiero a su nivel más bajo desde 1980.
Sin inmutarse, Greenspan y la Reserva Federal, ayudados por otros importantes Bancos Centrales, contrarrestaron el nuevo ciclo descendente con otra ronda de inflación de los precios de los activos, y esto ha sido esencialmente lo que nos trajo a donde estamos hoy. Al reducir a cero las tasas de interés a corto plazo por tres años, facilitaron una explosión sin precedentes históricos del endeudamiento de los hogares, que contribuyó y alimentó la suba de los precios de las casas y la riqueza doméstica.
Según The Economist, la burbuja inmobiliaria mundial entre 2000 y 2005 fue la mayor de todos los tiempos, superando incluso la de 1929. Esto hizo posible un aumento sostenido del gasto de consumo y de la inversión residencial, que juntos impulsaron la expansión. El consumo personal más la construcción de viviendas dan cuenta de entre el 90 al 100% del crecimiento del PBI de Estados Unidos en los primeros cinco años del actual ciclo económico. Durante el mismo intervalo, sólo el sector inmobiliario, según
economy.com de Moddy, fue responsable por casi el aumento del 50% del PBI, que de lo contrario hubiera sido -2,3% en lugar de 1,6%.
Así, junto con los déficits presupuestarios reaganianos de G.W Bush, el récord en los déficits de los hogares permitió oscurecer cuán débil realmente era la recuperación económica subyacente. El incremento de la demanda consumista respaldada con deuda, así como el crédito excesivamente barato, no sólo revivió la economía norteamericana, sino especialmente, por el impulso de una nueva oleada de importaciones y el aumento del déficit de cuenta corriente (balance de pagos y comercio) a niveles récord, alimentó lo que parecía ser una impresionante expansión económica global.
Brutal ofensiva corporativa.
Pero si los consumidores hicieron su parte, no se puede decir lo mismo de las firmas privadas, a pesar del estímulo económico récord. Greenspan y la Fed habían inflado la burbuja inmobiliaria para darle tiempo a las corporaciones para desembararzarse de su exceso de capital y retomar la inversión. Pero, en lugar de esto, al centrarse en restaurar la tasa de ganancias, las corporaciones desencadenaron una brutal ofensiva contra los trabajadores. Elevaron la productividad, no tanto por el aumento de las inversiones en plantas avanzadas y equipamiento sino por medio del recorte radical en los empleos, obligando a los trabajadores que quedaron a utilizar los tiempos muertos. Al mantener bajos los salarios y a la vez extraer más producción por persona, se apropiaron en la forma de ganancias de una porción del crecimiento del sector no financiero del PBI sin precedentes históricos.
Las corporaciones no financieras, durante esta expansión, han elevado significativamente sus tasas de ganancias, aunque este crecimiento no llegó hasta los ya reducidos niveles de la década de 1990. Además, teniendo en cuenta que el grado al cual se había elevado la tasa de ganancia había sido alcanzado simplemente por la vía de elevar la tasa de explotación -haciendo que los trabajadores trabajen más y pagándoles menos la hora- había razones para dudar de cuánto tiempo podía continuar. Pero sobre todo, al mejorar la rentabilidad por medio de mantener baja la creación de empleo, la inversión y los salarios, las empresas norteamericanas mantuvieron bajo el crecimiento de la demanda agregada y por lo tanto socavaron su propio incentivo para expandirse.
Simultáneamente, en lugar de aumentar la inversión, la productividad y el empleo para aumentar las ganancias, las firmas buscaron explotar el bajo costo de los préstamos par mejorar su posición y la de sus accionistas por la vía de la manipulación financiera -liquidando sus deudas y dividendos, comprando sus propias acciones para subir su valor, particularmente en la forma de una enorme oleada de fusiones y adquisiciones. En Estados Unidos, durante los últimos cuatro o cinco años, la recompra de dividendos y acciones como parte de ganancias retenidas ha explotado a sus niveles más altos de la posguerra. La misma clase de cosas han ocurrido en toda la economía mundial -Europa, Japón y Corea.

El estallido de las burbujas .
El límite es que, en Estados Unidos y el mundo capitalista avanzado desde el año 2000, hemos visto el crecimiento más lento de la economía real desde la segunda guerra mundial y la mayor expansión de la economía financiera en la historia de Estados Unidos. No es necesario un marxista para decir que esto no puede continuar. Por supuesto, así como la burbuja de la bolsa de los años 1990 estalló, la burbuja inmobiliaria también explotó. Como consecuencia, la película de la expansión impulsada por el boom inmobiliario que vimos durante el ciclo ascendente está ahora revirtiéndose. Hoy, los precios de las casas ya han empezado a caer un 5% de su punto más alto de 2005, pero esto sólo es el comienzo. Según la estimación de Moody en el momento en que la burbuja inmobiliaria se desinfle completamente a principios de 2009, los precios de las viviendas habrán caído un 20% en términos nominales -incluso en términos reales- de lejos la mayor caída en la historia norteamericana de la posguerra.
Así como el efecto riqueza positivo de la burbuja inmobiliaria impulsó la economía, el efecto negativo de la caída del mercado inmobiliario está empujándola hacia abajo. Con el valor de sus residencias en declinación, las familias ya no pueden tratar sus casas como cajeros automáticos, y los préstamos a los hogares están colapsando, por lo que tienen que reducir su consumo.
El peligro subyacentes es que los hogares norteamericanos, al ya no poder "ahorrar" a través de la elevación del valor de sus viviendas, comiencen rápidamente a ahorrar verdaderamente, elevando al tasa de ahorro personal, que ahora está en su nivel más bajo de la historia, haciendo caer el consumo. Al comprender cómo el fin de la burbuja inmobiliaria afectaría el poder de compra de los consumidores, las firmas recortaron la incorporación de personal, con el resultado de que el crecimiento del empleo cayó significativamente desde principios de 2007.
Gracias a la crisis inmobiliaria y a la desaceleración del empleo, ya en el segundo trimestre de 2007, el flujo total real de dinero a los hogares, que había aumentado a una tasas anual de alrededor del 4,4% en 2005 y 2006, había caída hasta casi cero. En otras palabras, si uno suma los ingresos reales disponibles de los particulares, más sus ingresos por la diferencia entre el precio de la vivienda y la hipoteca, más los créditos para consumo, más la realización de ganancias de capital, descubrirá que lo que tienen para gastar ha dejado de crecer. Bastante antes de que la crisis financiera golpeara el pasado verano, la expansión ya estaba agonizando. La debacle subprime, que surgió como una extensión directa de la burbuja financiera, está compilcando en gran medida el ciclo declinante, haciéndolo muy peligroso. Los mecanismos que ligan los préstamos hipotecarios inescrupulosos a una escala titánica, las ejecuciones masivas de viviendas, el colapso del mercado de títulos financieros respaldado por hipotecas subprime, y la crisis de los grandes bancos que directamente tenían esas cantidades de títulos, requieren una discusión aparte. Simplemente se puede decir a modo de conclusión -debido a que las pérdidas de los bancos, ya enormes, son tan reales, y a que probablemente crezcan mucho más a medida que empeore la caída- que la economía enfrenta la perspectiva, sin precedentes en el período de posguerra, de un congelamiento del crédito en el mismo momento en que se está deslizando en una recesión -y que los gobiernos enfrentan un problema de una dificultad sin precedentes para evitar este resultado.
[1] Karl, Marx; Federico Engels. “El Manifiesto Comunista”. Editorial de Ciencias Sociales. Instituto Cubano del Libro. Habana, Cuba. P, 30.
[2] Ídem.
[3] Ídem. P, 32.
[4] Las plusganancias bursátiles (20%) ocupan la segunda posición.
[5] Los CDS, o Credit Default Swaps, son un instrumento financiero que permiten desligar el riesgo crediticio y negociarlo por separado. Es un seguro que protege al banco contra la pérdida derivada del incumplimiento de los préstamos. Fue gracias a ellos que la bancarrota de Enron pudo ser contenida. Pero en última instancia la solidez de este instrumento depende de la magnitud de las insolvencias. Y éstas a su vez dependen del estado de la economía. El mercado de los CDS ha crecido enormemente en los últimos años alcanzando la friolera de 45 billones de dólares, esto es tres veces el producto bruto anual de EE.UU.
[6] Financial Times, 13/01/08.
[7] Este es un sistema monetario por el cual se fija el valor de una divisa en términos de una determinada cantidad de oro. El emisor de la divisa garantiza poder devolver al poseedor de sus billetes, la cantidad de oro en ellos representada. Este sistema se implementó en Bretton Woods, cuando surgió el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las divisas que garantizaban el cambio al oro fueron el dólar y la libra esterlina. Este sistema dio lugar a una estabilidad relativa y durable, de 1944 a 1971.
[8] En ingles “iron rice bowl”, nombre que recibe la política maoísta, ya prácticamente extinta, de proporcionar hogar, comida, y asistencia a todo el pueblo chino. Ejemplo de ello eran las fábricas, que contaban con habitaciones para sus trabajadores y sus familias en sus premisas, además de proporcionarles alimento y un salario.